jueves, enero 10, 2008

UN YANQUI EN LA CORTE DEL REY ARTURO

UN YANQUI EN LA CORTE DEL REY ARTURO
LA CAMPAÑA DE SARMIENTO
Por Marcelo Méndez


Se sabe: la generación del ochenta se encargó (le fue encargado) de establecer en la Argentina el capitalismo dependiente que todavía padecemos. Si se toma ese marco es más razonable la condena que la discusión. Pero ya que de discutir se trata, y sin olvidar nunca lo antedicho, proponer una lectura de un texto escrito por Sarmiento a mediados del siglo XIX persigue dos propósitos. El menos arriesgado de ellos quiere llamar la atención sobre como se hacía, en aquel entonces, política desde la literatura. En efecto, Sarmiento se las compone en su Campaña para no salir tan malparado de uno de sus más incomprensibles actos políticos. Así, saldrá derrotado en su posterior polémica con Alberdi (lo prueba la constitución del 53) aunque sin caer en el ridículo. La hipótesis de máxima, en cambio, se limita a constatar que hoy, millones de argentinos son rehenes políticos de paródicos o clásicos caudillos (el apellido Rodríguez Saa, por ejemplo, ejerce cargos influyentes en San Luis desde la época colonial) y que la escuela pública es la única institución que desde el interior del estado neoliberal opera contra sus políticas: los chicos salen sabiendo más que lo que los dueños del poder desearían. ¿Qué hacemos, entonces, con Sarmiento, hacedor de escuelas y enemigo de los caudillos? El ensayo que sigue no pretende ser una respuesta. Su apuesta insiste en abrir la discusión.
El proyecto de los ochenta ya está condenado. Se trata de ver cómo nos liberamos nosotros de su condena.

Basta dar un breve repaso a sus textos más importantes para verificar la falta de autonomía de la literatura argentina del siglo XIX respecto de la política. El diálogo de los textos no se da solamente con otros textos (soportes a su vez de algún posicionamiento político) sino también con los hechos mismos. Acorde a esta bifurcación, la Campaña en el Ejército Grande Aliado de Sud América de Sarmiento se intercala entre la caída de Rosas y la llegada al poder de Urquiza –hechos a los que responde- y las Cartas Quillotanas de Alberdi, texto que genera con la indisimulable agresión contenida en su dedicatoria.
Ahora bien, si la dependencia respecto de la esfera política no conoce excepciones, si, como afirma Ricardo Piglia “la política invade todo, no hay espacio, las prácticas están mezcladas, no se puede ser solamente escritor” , el interés se traslada a la forma que se da cada texto para ser un eficaz transmisor de ideología, a los procedimientos que lo singularizan como hecho artístico mientras consiguen una recepción amplia para su mensaje.
Analizar los procedimientos literarios con los que Campaña sienta su posición política, objeto de este trabajo, obliga en primer lugar a fijar los blancos sobre los que apunta Sarmiento: demostrar que Urquiza es una variante aumentada de la barbarie de Rosas y, de paso, disputarle la autoría de la caída de éste. Abrir, en suma, un nuevo capítulo de la lucha entre civilización y barbarie que articula toda su obra. Esta vez, Urquiza es el bárbaro de turno, reservándose Sarmiento, como siempre, la personificación de lo civilizado.
El problema estriba en que no mucho tiempo atrás Sarmiento, quien nunca desdeñó del todo, en el marco de la lucha contra el rosismo, la posibilidad de aliarse a un caudillo (al que tras la toma del poder “encauzaría” desde su lugar de letrado), había elogiado profusamente a Urquiza ¿Cómo volver creíble un giro tan brusco? Sólo dos meses después de Caseros, en una carta enviada desde Rio de Janeiro a José Posse, ya se muestra urgido por organizar la resistencia contra Urquiza para prevenir “diez años de caudillaje” ¿Cómo explicar el autoexilio a pocos días de lograda la victoria? Estos eran los grandes desafíos que el texto tenía que resolver y el minucioso trabajo de escritura realizado sobre la figura de Urquiza y su ejército demuestra que Sarmiento no los tomó a la ligera.
El Ad Memorandum que inaugura el texto es, como señala Tulio Halperín Donghi en su prólogo “una escueta transcripción de documentos justificativos de su conducta y acusatorios de la de Urquiza” . Se cierra con la carta que formaliza la ruptura y el regreso a Chile de Sarmiento. Las desavenencias, que giran alrededor de las importancias respectivas de la espada y de la pluma en el derrumbe de Rosas ya habían sido expuestas. Contra lo que podía esperarse, no faltan en esta documentación inicial los elogios dirigidos oportunamente a Urquiza (siempre más inofensivos expuestos por el propio Sarmiento que esgrimidos por sus enemigos) tales como “la República Argentina ha hallado al fin su hombre, su brazo armado, que en su desamparo le preste ayuda, que la levante de su caída” y tampoco los que le son retribuidos. En efecto, escribiendo a su circunstancial aliado, el caudillo entrerriano alude a “la idea que le manifesté de acompañarme en la próxima campaña, en las que sus servicios e inteligencia serán de mucha utilidad” .
Esta invitación, tal vez innecesaria a tres años del “yo me apresto, general, ha entrar en campaña” de la carta a Ramírez con que se abre el ad memorandum , conduce a la solución formal que es clave en el texto: Sarmiento se incorpora al ejército, desde la campaña escribe su Campaña. El narrador, al escribir como parte de un ejército en marcha, logra que el lector perciba el andar de las tropas y la mutación de ideas del propio Sarmiento sobre la situación política como dos movimientos acompasados. Así, al mismo ritmo que los soldados de Urquiza avanzan, su respeto por ellos y lo que representan retrocede.
Para nada ajenas a este efecto de lectura son las características que Sarmiento le imprime a su incorporación. Se autopresenta como un islote de civilización en medio de un mar de barbarie. De algún modo constituye un oxímoron: es alguien orgullosamente desubicado: “silla, espuelas, espada bruñida, levita abotonada, guantes, quepí francés, paltó en lugar de poncho, todo yo era una protesta contra el espíritu gauchesco” . Este soldado “europeo”, este personaje que debía parecer a los ojos del resto alguien venido de otro lugar y de otro tiempo y que seguramente producía una comicidad mucho mayor que la que se digna admitir, se dedica a pasar meticulosa revista a los innumerables errores que, a su juicio, Urquiza y su gente cometen. La falta de Estado Mayor, la desconsideración hacia las tropas brasileñas (a las que les asignaba otro grado de profesionalidad), la vestimenta, la manera de hacer vadear el río a los caballos, todo es motivo para ejercer una mirada a veces dura, a veces irónica, pero siempre crítica. Tantos son los rasgos negativos que disemina a lo largo del texto, que la ruptura con Urquiza una vez lograda la victoria se naturaliza. Será abrupta temporalmente –como negarlo- pero estará precedida por una larguísima serie de signos de la barbarie urquizista.
Los encuentros con Urquiza están construidos de manera de reforzar este sentido. El primero de ellos es el más importante: “el momento llegaba de ver al General Urquiza, objeto del interés de todos, el hombre de la época” . En esa ocasión Sarmiento, el mismo que en Recuerdos de provincia supo presentarse como el depositario de una suma de virtudes legadas por un linaje reconstruido bastante arbitrariamente, nos pinta la personalidad de Urquiza como una resta de caracteres; podríamos decir que a lo largo de la entrevista Urquiza se va des-personalizando: “nada hay en su aspecto que revele un hombre dotado de cualidades ningunas, ni buenas ni malas [...] ninguna señal pude observarle de disimulo [...] ningún signo de astucia, de energía, de sutileza” . Sarmiento está componiendo la figura que le interesa y que se evidenciará en la campaña, donde veremos un general que vence con pereza, antes por las fallas intrínsecas de un rosismo exhausto que por su sapiencia militar. La disputa por la autoría de la futura victoria se inicia en este primer encuentro.
Por lo demás Sarmiento, que toma a la palabra oral y escrita como el arma política correspondiente a la civilización, aun cuando se la utilice en los exasperados términos de su polémica con Alberdi, destaca la dificultad de sostener una conversación con Urquiza, hecho que considera una manifestación irrefutable de su incorregible caudillismo: “después es él quien ha hablado, haciéndome escuchar, en política, en medidas económicas a su manera, en proyectos o sugestiones de actos para en adelante [...] nunca manifestó deseos de oír mi opinión sobre nada” . Esta incomunicación, sin duda uno de los factores que condena a Urquiza a ojos de Sarmiento, se va a acentuar en los encuentros posteriores, una vez iniciado el avance sobre Buenos Aires. En estas oportunidades, un nuevo elemento anula casi por completo un diálogo ya de por sí trabado: en la tienda de campaña, Urquiza recibe flanqueado por su perro. El animal, can y de edecán, muerde al visitante de turno de no mediar orden en sentido contrario, constituyendo una presencia turbadora. Estos encuentros durante la campaña, son básicamente reprimendas de un jefe militar a su redactor de boletines, y marcan en el texto el momento de mayor predominio de Urquiza sobre Sarmiento. En la situación bélica el manejo del caudillo por el letrado se vuelve utópico y Sarmiento parece extraer de ello una lección definitiva.
Tal vez por eso, antes de seguir argumentando contra la figura de Urquiza, el texto vuelve a centrarse sobre el Ejército Grande, el que es narrado como una prolongación o una metáfora del caudillo. Hacer hincapié en este ejército que ya avanza a través de la pampa abre dos caminos para la estrategia textual de Sarmiento. Por un lado vuelve a hablarnos el soldado culto y pertrechado a la europea desde su insólita pero privilegiada ubicación en el interior de las columnas de guerreros emponchados. Esta vez, siempre diestro para ilustrar con anécdotas lo que juzga encontronazos entre civilización y barbarie, narra como su carta topográfica, despreciada en un primer momento ante el respeto que inspira el saber práctico del baqueano, termina exhibiendo una mayor precisión para detectar las aguadas. El “boletinero” (siempre según su propio testimonio) empieza a ser mirado de otra manera luego de este triunfo del saber libresco sobre la experiencia concreta del gaucho. Pero por otro lado es en la marcha de la tropa donde luce, a su modo, como hombre de acción. Esto fortalece su proyecto de mostrarse como el verdadero autor de la caída de Rosas: Sarmiento lleva la imprenta al campo de batalla. Esta es en realidad su verdadera función operativa en el ejército, encomendada por el propio Urquiza, pero no puede dejar de leerse como un fuerte gesto simbólico. La prensa que batalló en soledad desde Chile durante tantos años, no cede su lugar a la espada en el momento del triunfo definitivo. Sarmiento, si es necesario, arrastrará esa imprenta hasta el mismísimo Palermo . Cada vez que resalta en el texto su presencia física entre las tropas, está resaltando la de la letra escrita.
De hecho, es notoria la excesiva importancia que le atribuye a sus boletines en la marcha de la campaña, creencia que no duda en transmitir al propio Urquiza (“Estoy contento con el boletin. Distrae los ocios del campamento, pone en movimiento a la población, anima al soldado, asusta a Rosas”) y que en su momento será blanco de los dardos de Alberdi: “Decir que el boletín y no un cuerpo de treinta mil hombres (cumplía todas esas funciones) y decírselo al general en jefe del ejército, era una impertinencia que naturalmente debía enfadarlo” . Pero todo vale en el texto para minar la figura de Urquiza y exaltar el papel de la escritura de Sarmiento en el derrumbe de Rosas. En efecto, el narrador llega al extremo de decir que el propio diario que sirviera de base a Campaña, fugaz botín de guerra en manos de Rosas, en vísperas del tres de febrero le auguraba al oído la derrota.
Finalmente, esta derrota se consuma. La batalla de Caseros es en Campaña una patética escaramuza en la que la victoria se logra porque “no había enemigo que combatir” y en el boletín, esta vez escrito a dúo con Mitre, una gran hazaña bélica. Comparten espacio en esta zona del texto, la alegría por el poder conquistado y el ya indisimulable hartazgo que Urquiza provoca en Sarmiento.
Instalados los protagonistas en Buenos Aires, Sarmiento hace estallar todas las contradicciones urquizistas que fue enhebrando a lo largo del texto. Condensado en el conflicto generado alrededor del uso o abandono de la cinta colorada, se juega el tema de la continuidad o no del caudillismo, ahora bajo la égida de Urquiza. Para Sarmiento no hay dudas: si a la dictadura de Rosas le asignaba un cero, la calificación de Urquiza está todavía por debajo del cero. Desgajado del ejército del que fue tan estrafalario integrante, lo que lo libera de obediencias; excluído del nuevo gobierno, vuelve a ocupar un rol que conoce: el de el opositor intransigente sobre quien se cierne un nuevo e inminente destierro. El texto de Campaña será siempre una heramienta eficaz para utilizar ante quienes, como Alberdi, cuestionen su actuación. En el texto, la toma de conciencia acerca de la barbarie urquizista, y la constatación del protagonismo del letrado en el final del rosismo, están presntadas como ocurridas dentro del propio ejército. Saber libresco y participación directa en las batallas . Sarmiento siempre sacará provecho político de la elaboración literaria de este estratégico ángulo de visión.

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