jueves, enero 10, 2008

REVISIONISTAS, ORTODOXOS E HISTORIA ALTERNATIVA

REVISIONISTAS, ORTODOXOS E HISTORIA ALTERNATIVA
Por Bruno Fernández

Cambio y continuidad. Estas son las dos dimensiones que no debe perder de vista la historia, y que deben ser explicadas en una visión totalizadora.
Desde esta perspectiva es correcto lo que señala Alberto Pla (1972): las corrientes historiográficas argentinas pueden dividirse en dos grandes bloques a partir de la metodología con la que abordan el pretérito. Es acertado, también, cuando señala que el buceo en el pasado obedece tanto a preocupaciones científicas con políticas. Es decir, que el método histórico (actividad científica) hace pie en una ideología (forma en que el saber científico es instrumentado), todo condicionado por la estructura socioeconómica.
Se dice entonces que esos dos grandes bloques se discriminan por contener, por un lado, una historia fáctica, hechológica, de tiempo corto, coyuntural que se identifica con la historia tradicional, oficial, desarrollada por Mitre o Fidel López (pese a las diferencias que se marquen entre ellos), es una historia centrada en la política y los grandes hombres. Por otro lado, se tiene una historia del tiempo largo, que traslada el eje de lo político hacia lo económico social, en un sentido dialéctico y totalizador, es una historia de estructura donde el nuevo eje es el condicionante y dentro del cual, por ejemplo, la ideología es un "síntoma".
(Vale apuntar que se discrepa con Pla cuando afirma que este tipo de historia está aun por hacerse en el país. Los trabajos de Puiggross, Milciádes Peña, Ismael Viñas, o Portantiero, contemporáneos al suyo, son más materialistas históricos de lo que el propio Pla gusta admitir).
Ahora bien, sin perder de vista lo hasta aquí apuntado, y teniendo en cuenta las variantes que se dan dentro de cada un o de estos bloques, se intentará deslizar algunas consideraciones del revisionismo histórico (concretamente del llamado "ortodoxo" que se desarrolla en los '30), pero no como una variante dentro de la historiografía liberal-conservadora; explicada simplemente como una elección ideológica de sus cultores, sino teniendo presente un horizonte totalizador.
Por mucho años, tal vez hasta la década del '70, el tema principal de la historiografía argentina giraban entorno a Rosas, o mejor dicho, a la experiencia rosista. No se buscaba un lugar en el panteón de los héroes nacionales porque sí para Rosas; sino que a través de este se continuaba en lo fundamental la línea indagatoria de la historiografía argentina, pero, justamente, se experimentaba un cambio no de tal sino a la respuesta de ésta.
Es por ello que Halperín Donghi dice que ya López y Mitre ofrecen los términos de referencia frente a los cuales los historiadores argentinos deben definirse.
Para Mitre, entonces, la identidad nacional (de ellos venimos hablando) es esa expresión política ideológica correspondiente a una fuerzas sociales que pujan por aflorar y lo consiguen en 1810, logran imponerse en 1852 y plasman su fuerza creadora y su conciencia de sí en 1880.
Esta identidad nacional se halla totalmente en el liberalismo y encuentra su reducto, dentro de la división internacional del trabajo, en el modelo agro-exportador propuesto por el avance del nuevo orden colonial.
Se dice entonces que Rosas es el instrumento de discusión de la identidad nacional en la historiografía.
Quattrocchi bien marca que la revisión de Rosas comienza antes que el Revisionismo como fenómeno.
Pero éste sólo será cuestión de profundo debate cuando sea instrumento de expresión de las contradicciones internas de la clase propietaria argentina, frente a un nuevo contexto internacional; y sirva por tanto como fundamento de la experiencia política.
Es decir, es correcto que ya hacia fines del siglo XIX se da un debate sobre Rosas, pero este no adquiere las connotaciones que si lo hará en las primeras décadas del siglo XX, puesto que se experimenta como una simple divergencia de opiniones dentro de la elite dirigente (Quattrocchi, 1995). El rescate de Rosas trascenderá los límites "historiográficos" cuando sea el instrumento para quebrar el consenso existente alrededor del régimen imperante (Quattrocchi).

Durante los primeros años del siglo XX, hasta el yrigoyenismo incluso, la Argentina se asienta en el modelo agro-exportador. La búsqueda de la identidad y el desarrollo de mecanismos de integración no deben verse de forma inconexa. La enseñanza obligatoria, el servicio militar también obligatorio, el voto masculino universal son parte de ese proceso integrador. Hasta la llegada del radicalismo al poder, e incluso de modo análogo durante su etapa en él, dentro de la instrucción pública la historia es un instrumento para el sustrato nacional; a partir de ella se integra a los ideales liberales al "aluvión inmigratorio" y se fundamente históricamente la legitimidad política de la elite dirigente. En fin, se patriotiza bajo el eje de la oligarquía terrateniente vinculada a la burguesía internacional.
Cuando el radicalismo llega al poder, no encuentra dentro de la línea historiográfica mitrista un pasado legitimador a sus orígenes; es decir, una guía para actuar en el presente. Se experimenta, entonces el primer "rescate" de la figura de Rosas, mediante esta maniobra se intenta desprender la de línea oficial (en lo político, en lo histórico).
Pero el radicalismo no logra ni la politización de la historia ni la historicidad de la política. esto sería tarea de los revisionistas de la década del '30.
Pero no se pueden entender su auge ni su importancia, tanto en la historiografía como en la política, sin considerar las transformaciones que se experimentan a partir de la crisis del '29/'30 y el consecuente "fracaso" del proyecto liberal.
Desde el estudio clásico de Portantiero y Murmis (1971) se tiene presente que la década del '30 experimenta un acelerado crecimiento industrial (por sustitución de importaciones) que trae consecuencias sociales y políticas que se expresan en el reagrupamiento de las fuerzas sociales. Hacia los '30, Argentina entra en una etapa de crecimiento industrial. Este debe darse con algún tipo de apoyo de políticas gubernamentales. Lo curioso del caso argentino es que tanto el crecimiento industrial como la reorientación estatal que lo acompaña se realizó con las fuerzas conservadoras en el poder, que siguen siendo representativas de los hacendados más poderosos. Más amplio: la crisis del '29 pone en evidencia el crecimiento extravertido. Los países centrales aplican medidas proteccionistas para salir de la crisis: los países de economía primaria exportadora deben buscar alternativas. Una de estas alternativas es el incremento del mercado interno, las elites tradicionales, desde su posición de control hegemónico del estado, posibilitan una industrialización limitada. Dado el descenso de la participación ene el mercado mundial de la economía agro-exportadora, para equilibrar la balanza, se hace necesario reducir las importaciones, esa reducción de importaciones, por "rebote", favorece la intensificación del mercado interno hacia donde ahora dirigen buena parte de los productos. La industrialización, entonces, no afecta los interese de los grandes terratenientes, pero si de los grupos subordinados de los propietario rurales. Esto se hace evidente en los intereses puesto en juego en el denominado pacto Roca-Runciman: los grandes terratenientes (invernadores vinculados al comercio internacional) podían aceptar el proceso industrializador, que de alguna manera "parcializa" su hegemonía, sólo si tenían una situación privilegiada en el nuevo contexto que presenta el mercado mundial. El Pacto les asegura una cuota estable de exportación. Al contrario, los criadores, deben subordinarse totalmente a los acuerdos entre invernadores y mercado internacional (o mejor dicho ante el bilateralismo Argentina-Inglaterra).
En síntesis: hay una transformación socioeconómica que vincula por un lado Estado-industriales-Grandes terratenientes y por otro a los sectores propietarios criadores (cuya expresión en lo político/corporativo será la CARBAP). (la tesis del primer J.A. Ramos, de burguesía industrial vs. terratenientes no puede ser sustentada). Sí existe una realineamiento de fuerzas tiene su expresión en el revisionismo incluso más allá de la década del '30.
El revisionismo nacionalista del '30 tiene su inspiración en la concepciones historiográficas-filosóficas de Taine: en la historia nacional podía hallarse una esencia que debía ser redescubierta y restaurada, y que a su vez, marcaba el camino correcto hacia el futuro. Rosas no es ya un momento en la historia, sino la fuerza histórica que debe expresarse.
De esta manera, la explotación del pasado nace como una tentativa de ofrecer el aval de la historia para la crítica de la argentina presente, y esa crítica se organiza en torno a dos motivos centrales (Halperín Donghi):

1. Repudio a la democratización
2. Denuncia del modo de inserción en el mundo de la Argentina pos independencia

La aproximación a Rosas permitía repudiar la tradición liberal (Mitre/ Alberdi/ Sarmiento); y marcar al tipo de Nación y sociedad que había que restaurar. Se resalta entonces:
• La capacidad de Rosas de crear un fuerte liderazgo por encima de las clases y grupos gobernantes. Darle un lugar a la plebe en el sistema político pero sin poder de decisión
• Resistencia de Rosas a la dominación extranjera

Los Irazusta no sólo son revisionistas sino también terratenientes marginales de la provincia de Entre Ríos (Rock, 1993) que denuncian a los liberales como agentes ingleses desde 1810 y ello se podía confirmar claramente en el pacto Roca-Runcinman.
Asimismo, la nación argentina no sólo es el garante del pacto, sino también quien desarrollar las medidas para institucionalizar la historia oficial. Levene no sólo publica los volúmenes de la historia de la Nación Argentina, sino que propone una reforma escolar en donde la historia "moralizante" es una delas principales formadoras de conciencia nacional.
En este sentido, sí se puede entender la revisionista como una "contra-historia", más aun cuando comienza a desarrollar canales alternativos de circulación a los oficiales con la creación del Instituto de Investigaciones histórica don Juan Manuel de Rosas (1938).
Se dice "en este sentido" por que no se coincide con Quattrocchi cuando enuncia como "contra-hegemónica" la "contra-historia" revisionista: ésta no se aleja metodológicamente de la visión tradicional. Lo contra-hegemónico sólo puede ser considerado como anti statuo quo, y el revisionismo sólo expresa las contradicciones de las clases propietaria en el momento de trasformaciones y reagrupamiento de clases.
Cuando el revisionismo se convierte en contra-hegemónico, sería la pregunta.

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