jueves, enero 10, 2008

TRAZAR UN MAPA EN EL AIRE: AIRA

TRAZAR UN MAPA EN EL AIRE
(acerca de la lectura de los textos de César Aira)

Por Diego Poggiese

Lo peor (o lo mejor) era que uno podía llegar a convencerse de la propiedad o impropiedad de cualquier caso simplemente escuchando los argumentos del otro, y si eso se generalizaba, siquiera en una pequeña sociedad de amigos o compañeros, era como si aflorasen los fantasmas.
César Aira, Los Fantasmas

Iniciar un trabajo acerca de la literatura de César Aira parece ofrecer una facilidad paradojal. Una vez que se han leído varios ensayos, artículos, reseñas que se ocupan de dicha obra, todos provenientes de distintos lectores y en circulación a través de distintas publicaciones, da la impresión de que sus novelas se prestan por igual a lecturas tan disímiles como contradictorias: como si generaran un espacio en el que se hiciera fácil, o por lo menos poco riesgoso, decir, leer, hacer crítica. Podemos ver que a la vez se lo lee como escritor exitoso y brillante, o trivial y compulsivo. Se dice al mismo tiempo que puede ser una prolongación de cierta tradición literaria argentina o una expresión nueva. Se lo asocia con ciertas representaciones conocidas y estereotipadas, o bien se le adjudica la invención permanente de espacios de incertidumbre. Los adjetivos acerca de su prosa van desde flaubertiana a surrealista . Y de este modo podemos encontrar en el conjunto de textos acerca de la literatura de Aira (al menos en una gran parte de él) conceptos y evaluaciones ligados a matrices teóricas heterogéneas e incompatibles entre sí, conviviendo de una manera extraña : conviven, a pesar de esa problemática incompatibilidad, y aún dentro de un mismo trabajo, sin que por eso pase nada. Que, aparentemente, no pase nada es lo que nos interpela. Lo que nos convoca no es, entonces, la validez de las lecturas sino su variedad, o mejor aún, su variación. No hay aún un trabajo de largo aliento acerca de la producción de César Aira (aunque sabemos que lo hay en curso ), pero sí una proliferación de reseñas, menciones, ponencias, y pocos artículos. A su vez, principalmente en forma de ponencia o reseña, aparecen lecturas acerca de Aira en cuanto espacio se encuentre disponible. Encontramos en esto una segunda inquietud, ya que más allá de la mayor o menor competencia de las lecturas, su pertenencia a distintos circuitos de circulación (revistas académicas y no académicas, libros, suplementos culturales de publicaciones periódicas), no nos despeja la cuestión desde el momento en que no podemos apreciar diferencias sustanciales entre ellos. La cronología de las lecturas tampoco resulta una base firme a partir de cual podamos ensayar una respuesta. Los textos de Aira son leídos con una mínima distancia temporal respecto de su publicación. Este hecho, agrega una variable más a la compleja relación que se establece entre la publicación de sus novelas y las lecturas que de ellas se hacen. Y a su vez, Aira publica mucho (cuatro o cinco textos por año), variando desde el medio de publicación (publica tanto en editoriales grandes o prestigiosas, como Emecé o Beatriz Viterbo, como en editoriales casi artesanales, como Mate o Bajo la luna nueva), hasta lo que escribe. No alcanzan a circular las lecturas de una novela que ya está circulando otro texto que puede modificar la serie de lecturas anteriores, porque seguramente divergirá de ellas. Esta dinámica de “huida hacia adelante” que rescata Graciela Montaldo (1998;13) se traslada a las condiciones de lectura para la crítica, ya que su velocidad y el hecho de que lo escrito en una novela pueda reaparecer en otra en una radical puesta en variación dificultan la sedimentación de una lectura, de un juicio, de una valoración. Si reunimos cronológicamente el corpus de lecturas hechas sobre los dos textos de Aira, podemos ver que cada lectura se construye sobre otras anteriores sin negar, oponerse ni desarrollar del todo un sentido propuesto por ellas, sin desconocerlas y a su vez sin que esto permita establecer una progresión hacia la instauración de una lectura que se imponga como la mejor. Un impulso permanente de corrección parece ser lo que anima la sucesión. Pero al mismo tiempo, la falta de una lectura que se afirme como referencia indiscutida hace que ese impulso no se direccione, hace que las preguntas no converjan hacia algunos puntos determinables, sino que lleva a un estado de permanente ensayo de preguntas en sentidos siempre divergentes. El único criterio para intentar una historización de las lecturas puede ser el de las fechas de publicación, lo que de por sí no sólo es problemático y poco pertinente sino improductivo. En ambos sentidos, no es demasiado diferente de organizarlas al azar. A modo de ejemplo, cito a Sandra Contreras (1998; 22. El subrayado es nuestro):
En otra oportunidad habíamos interpretado esta minuciosidad descriptiva como una variación sobre el realismo. Ahora advertimos que se trata, en principio, de una experimentación con el estilo.
Leer el corpus de lecturas que se hacen acerca de los textos de Aira, en cualquier sentido que estas sean distribuidas, quizás multiplique estas incertidumbres y nos complique el avance hacia un más allá de este en principio inquietante y contagioso. Se hace muy difícil cartografiar un terreno en el que las fuerzas que se activan, fuerzas que en otro contexto hubieran sido diferenciables, forman un continuo. Como si el mismo Aira hubiera escrito la novela de las lecturas acerca de sus textos. Paradójica felicidad del lenguaje crítico que produce una inquietante sobreescritura divergente, continua, suspendida en múltiples principios no excluyentes y que en algunos casos (extremos quizás) llega a ejercerse sólo como una agradable conversación de sistemas incompatibles. Trataremos de ver qué pasa con el campo de preguntas que la crítica se forma alrededor de este escritor.
Si hay una dificultad para empezar a leer los textos de Aira está en el impulso clasificador que suele tener todo crítico. Citamos una reseña de Daniel Molina (1997;12) acerca de Dante y Reina :
Con excelentes obras como Ema, la cautiva, La liebre, El vestido rosa o Las ovejas, César Aira había terminando tranquilizando a lectores y críticos : parecía haber ahí un sistema, un tema, un ritornello, algo a que aferrarse : un delirio indio, un campo fértil. Pero Los fantasmas, El volante, Cómo me hice monja o La prueba no entraban en el sistema (en el sistema pampeano tampoco entran muchas otras novelas de Aira - como Canto Castrato o Una novela china - pero la lectura se tranquilizaba porque se las atribuía al “delirio Aira”, una forma típica de no decir nada)
Los sistemas de filiaciones que conforman las distintas maneras de leer la literatura argentina son una manera de “tranquilizar” la lectura. Convocar nombres es convocar fuerzas reactivas que tiene que ver con lo ya aceptado como literatura argentina. En una reseña de Los fantasmas C. E. Feiling (1990;5) evalúa esta “necesaria tarea de hallar filiaciones” con que inicia la lectura de la novela, diciendo que “donde no hay filiaciones tampoco hay novela, cuento, poema”, sólo para prefigurar el fiasco de la claridad. El sistema pampeano, la referencia a Borges (Borges con variaciones, Borges requiem ), Oscar Wilde y Flaubert, el realismo mágico, la literatura de viajes, incluso la literatura como herramienta de lucha política son algunas de las filiaciones construidas alrededor de las novelas de Aira. Pero, como dice Molina, siempre una parte mayor de lo que se puede incluir queda afuera del sistema, se construya como se construya. Y lo que nos resulta más llamativo es que este fenómeno no se produce muchas veces por los denodados esfuerzos exegéticos de una crítica que bucea esforzadamente en el espesor de algún significante hasta encontrar la cueva iluminada de lo reconocible. Habíamos hablado al principio del trabajo de la “huida hacia adelante” trasladada a las lecturas. A su vez, tampoco la escritura de Aira se manifiesta como el discurrir críptico de una vanguardia aún inexplorada, solamente por ahora no descifrada. A simple vista, y de acuerdo con las lecturas, podría parecer que todas esas filiaciones son posibles, pero, ahí está el problema, parece que lo fueran todas a la vez.
Podemos suponer que se resuelve el problema de la imposición de algún sistema de filiación como horizonte de proyección. De hecho, hay en las novelas de Aira numerosas posibles referencias a otros textos. En una reseña, publicada muy poco tiempo de después que apareciera Ema, la cautiva, María Teresa Gramuglio (1982; 27) propuso la inserción de la novela en esa “zona polémica y llena de repliegues de nuestro sistema literario que es la literatura del desierto”. Esa zona es un punto de anclaje en el que la crítica de Aira pudo convenir definiéndola como “el sistema pampeano”. Sin embargo, ya en esa reseña se puede ver una inquietud que podría enunciarse de esta manera: “esta novela, leída en este sistema, tiene que ver con muchos otros textos, incluso de otros sistemas. Cómo se relaciona es el problema”. Hay que ver qué relaciones se establecen con los demás textos del sistema en cuestión. El artículo de Feiling acerca de Los Fantasmas (1990:5) que citamos al principio da cuenta de los pasos en falso que se pueden dar en ese espacio tentador de intertextos. Revisaremos entonces algunos de los “modos reconocibles de hacer literatura” que construyen ese espacio. Es decir, pensaremos en las maneras que cada uno de esos sistemas tiene, a través de los textos, de relacionarse con otros conjuntos de valores trascendentes a la literatura. Un ejemplo significativo surge de preguntarnos qué sucede en los textos que leen el problema de la representación en las novelas de Aira. Tomamos para ello, dos textos de Graciela Montaldo (1993;133 - 135 ; 1990; 105 –112) en los que plantea, entre otras cosas, esa cuestión. Esos trabajos, si bien reunidos de un modo arbitrario, permiten ver un problema. Teniendo en cuenta el marco en el que están insertos sus planteos, pensamos que los argumentos que sostienen la inserción de una serie de novelas en la continuación de la tradición ligada a lo rural deberían divergir respecto de aquellos que sostienen la inserción de Una novela china en el sistema que tiene como base el ensayo de Borges “El escritor argentino y la tradición”. Leemos entonces, a propósito de lo que Montaldo considera la novela en la que se logran las más radicales páginas rurales de las últimas décadas, lo siguiente:
El campo, los tipos campesinos, unidos a esta especial calamidad meteorológica, le permiten a Aira hacer una descripción radical de lo rural. La llanura, los campos y los pueblos de la provincia de Buenos Aires se componen con fragmentos en superposición caótica ; el campo mismo es una suerte de collage, mitad naif, mitad caricaturesco, donde nada es discreto. (p.134)
Leemos a continuación, el otro texto, en el que lee Una novela China :
Leer estas tres novelas juntas (la china, la egipcia y la argentina) si bien es ingresar en el mundo de las diferencias (en primer lugar, de estilo) es también recorrer los caminos de la pura fabulación y adentrarse en una literatura que no se pretende ni explicativa ni referencial sino, por el contrario, completamente ficcional. Sin recurrir a los artilugios de la ciencia ficción, se dedican a componer un mundo con todos los datos que da la literatura previa. (p.107)
Creemos que no se puede establecer una distancia significativa entre textos leídos desde presupuestos aparentemente incompatibles entre sí. No sólo no se puede establecer la diferencia entre las páginas “rurales” y las “exóticas” en cuanto a la mayor “ficcionalidad” de uno de los espacios respecto del otro, sino que la invención de cada uno de los mundos parecería poder soportar un intercambio de argumentos sin sufrir grandes inconsistencias. No pretendemos señalar una debilidad en dos lecturas arbitrariamente elegidas, sino que recurrimos a ellas para dar cuenta de un problema que genera la lectura desde esta perspectiva. Son numerosos los trabajos que se preguntan por la misma cuestión y que también navegan, de uno a otro o dentro de uno mismo, por series de argumentaciones incompatibles entre sí pero que encuentran siempre en las novelas fragmentos que parecen sostenerlas. El ejemplo es sólo una muestra de esta compleja convivencia de sistemas. Esto nos hace pensar que en el marco de estas relaciones de la literatura con esos otros valores trascendentes con que se ha leído durante mucho tiempo, e incluso se lee hoy, la literatura argentina (pensamos en la perspectiva dominante histórico - sociológica, por ejemplo), tampoco se puede dar cuenta de las novelas de Aira de un modo satisfactorio. Podemos decir lo mismo de las lecturas que se preguntan por la “linealidad” y la “lógica” del relato, la posibilidad de la parodia, la pertenencia de los textos a un género canónicamente delimitado u otros aspectos sobre los que se suelen afirmar las lecturas, y que llevan a problemas más difíciles aún de solucionar en cuanto a las compatibilidades teóricas. De nuevo el problema que se plantea a partir de estas lecturas pasa porque quizás la convivencia de los sistemas conceptuales podría ser posible, pero otra vez nos preguntamos: ¿todos a la vez?
Entendemos que es necesario orientar las lecturas de modo de escapar de los problemas anteriormente enunciados. En este sentido encontramos que, en las diferentes lecturas que se hacen de las novelas de Aira, entra en funcionamiento un elemento que no constituye una matriz teórica pero que orienta preguntas y respuestas. Además de escritor de novelas, César Aira es un interesante lector de literatura argentina y escribe sus lecturas. Sus libros Copi, Nouvelles impressions du Petit Maroc, Alejandra Pizarnik, las colaboraciones y ensayos publicados en diversas revistas y el trabajo de recopilación y comentario de la obra de Osvaldo Lamborghini se agregan a sus novelas al momento de analizar su modo de leer y de pensar la literatura. No desarrollaremos con detalle todo lo que plantea a partir de sus lecturas y que no sólo se proyecta sobre los textos de otros escritores, sino también sobre su propia producción de novelas. Nos basta con considerar que en esas lecturas hay una concepción de la literatura que la piensa como acontecimiento, como una pura afirmación intransitiva, irreductible a la explicación sostenida en la serie dominante de discursos sociales. A esto debemos agregar el hecho de que dichas lecturas forman un continuum con la producción de novelas, y esto, en más de un sentido: desde el funcionamiento de las posibles categorizaciones que pone en juego (lábiles, nunca con un sentido definitivamente sedimentado) hasta el modo de enunciación (siempre cercanos a los enunciados de sus novelas). Como en muchos otros casos, los escritores leen literatura poniendo en juego presupuestos que pueden funcionar en la lectura que se haga de sus propias novelas. Nos interesa, entonces, destacar que este conjunto de lecturas introduce una nueva variable a los problemas que las novelas planteaban a los modos de leer que solían resultar confortables para la lectura de literatura argentina. Las lecturas de Aira se pueden transformar, para el crítico, en una ayuda y en un interlocutor incómodo, y de nuevo, ambos a la vez y quizás por las mismas causas.
De algún modo, creemos, debe poder abordarse la literatura de Aira sin caer en el tipo de problemas mencionados en el inicio. El planteo de Sandra Contreras (1995; 44) muestra la inquietud :
[podemos suponer] que la literatura de Aira, en el fondo, participa del orden de la inteligencia, apela a nuestra capacidad de pensar.
A partir de estas lecturas de Aira que mencionamos, y en consonancia con un marco conceptual diferente se elaboró una serie de lecturas apoyados en una matriz teórica que intenta dar cuenta de las dificultades que su obra presenta . De las lecturas que hace Aira desprendemos una serie de presupuestos que, entendemos, pueden orientar las preguntas. Enumeramos algunos de ellos: su filiación deleuziana y la teoría del continuo, la “mala literatura” como única posibilidad de producción literaria, la gratuidad de la literatura llevada hasta la afirmación de que “el artista no debe hacer nada para serlo”, el desplazamiento permanente de los conflictos que sostienen muchas lecturas habituales de la literatura . Podríamos afirmar que la invención es el elemento que define su concepción de literatura, si es válido pensar que se puede recortar un elemento así. Es la fuerza que permite al novelista “transformar el mundo en mundo”, que es lo que define como tal. Dando un giro más a esa definición de Barthes acerca de la literatura de Kafka podemos decir que en su caso “la literatura es posible porque el mundo no está hecho, a pesar de estar hecho”, y la fuerza de invención es la que sostiene esta posibilidad. Por otro lado, los textos que lee permiten la formación de una serie literaria alternativa, que funciona como interlocutora de su obra, sin construir una necesaria relación de continuidad histórica. No es necesario decir que Aira lee literatura en tanto escritor. Por lo tanto, si bien se puede pensar que hay una teoría sosteniendo esas lecturas, no está obligado a formar una sistematización académicamente defendible. Sin desconocerlas, pero a la vez interpelados por la institución académica, estos lectores que nombramos antes proponen otras sobre una matriz teórica configurada por el pensamiento de Deleuze, de Blanchot, de Barthes. No parece que el reconocimiento de formas y genealogías literarias ni la recuperación de un sentido orientado sea la preocupación mayor de estas lecturas. Que apele a nuestra capacidad de pensar es la consigna y en ese sentido se orienta el trabajo sobre las novelas. Creemos que muchos de los problemas que las novelas de Aira plantean a las lecturas que presentamos al comienzo del trabajo no dificultan estas últimas. Una lectura de múltiples entradas que se hace cargo de la trivialidad, del humor, de las paradojas, del modo diferencialmente literario de operar con el lenguaje y el pensamiento, que son propios de una novela parece la mejor alternativa frente a esta literatura.
Este trabajo, que seguramente no escapa al impulso clasificador, da la impresión de establecer una separación entre (por ahora) dos modos incompatibles entre sí de abordar la literatura de Aira, de acuerdo con las preguntas que se le hagan. Insitimos, más allá de aceptar que tenemos una posición tomada respecto de ellos, no pretendemos establecer la validez de cada uno. Es más, esa separación aparentemente taxativa entre ellos es sólo la abstracción de los sentidos divergentes de distintas fuerzas activadas por la crítica. En el conjunto de textos que revisamos, estas fuerzas no vectorizan de manera excluyente y tensionan las lecturas a la vez en esa divergencia, con variación de resultados. Por ejemplo, en un mismo artículo se parte de un concepto de Deleuze y se continúa con el análisis de un ideologema, se plantea la diseminación seguida de la parodia , se navega en muchos casos entre teorías heterogéneas e incompatibles entre sí sin criterio ni culpa. Podemos decir que la literatura de Aira pone a la crítica en zona de riesgo. Por un lado, porque las lecturas críticas sobre las novelas ponen en cuestión los sistemas que las sostienen, ya sea por inadecuación de las preguntas a las que las novelas parecen responder a todas por igual y al mismo tiempo, ya sea porque el eclecticismo teórico con el que se lee se cuestiona a sí mismo. O bien, en el mejor de los casos, en el que se encuentra el aparato con el que parece que mejor se pueden leer esas novelas, porque el crítico necesita mantener una tensión entre novela y teoría de manera que la lectura potencie sentidos y no vuelva la novela un mero ejemplo de la teoría . Por otro lado, porque la crítica puede pegarse a la gratuidad o falta de importancia que Aira suele atribuir a la literatura e instalarse entre dos interlocutores heterogéneos y que tienen intereses y sistemas de valores incompatibles. La trivialidad y la paradoja, por ejemplo, cuando aparecen en un enunciado crítico no suelen ser sostenidos como valor del mismo. Parece fácil establecer una lectura acerca de la literatura de Aira. El conjunto de tensiones que se establecen para el crítico en esta actividad, y de las que creemos haber dado una muestra, hacen de la literatura de Aira un objeto de estudio valioso y placentero. En el fondo y, si se me permite la reformulación del enunciado de Contreras, no sólo en el fondo, la literatura de Aira desafía a nuestra capacidad de pensar y de leer.

NOTAS
Encontramos esto recurrente en el conjunto de trabajos que hemos leído, más allá de las referencias bibliográficas explicitadas en este trabajo.
Al momento de hacer este trabajo aún no se había publicado el libro de Laura Estrín (ver bibliografía)
Entre estos dos polos, la repetición y la des-lectura, fluctúan todas las preocupaciones acerca de qué hacer con Borges en la formación de la tradición literaria argentina. Nicolás Rosa, Horacio González, entre otros, trabajan esta preocupación.
Entre otras, podemos mencionar las revistas Paradoxa ; Boletín, del Grupo de Estudios de Teoría Literaria ; Babel, Revista de libros ; Fin de siglo ; La Muela de Juicio ; El porteño ; Clarín ; La Nación ; etc.
Pensamos, entre otros, en trabajos de algunos integrantes del Grupo de Estudios de Teoría Literaria de Rosario y la revista Babel, y en el reciente trabajo de Laura Estrín.
A propósito de La hija de Kheops, Aira dice, por ejemplo :“su labor [la de Laiseca en tanto novelista] no es la Historia sino su contracara, la Felicidad”
Un texto que se ajusta lo suficientemente bien a este fenómeno es el trabajo de FERNÁNDEZ, Nancy P. ,1992, pp. 233-236. Como en los casos anteriores, no pretendemos destacar la debilidad de una lectura arbitrariamente elegida, sino dar cuenta del problema que planteamos.
Pensamos en los conceptos desarrollados en un texto de BORINSKY, Alicia (1993), en el que plantea el problema de aquellos textos que son pensados sólo en tanto explicación de alguna teoría literaria ,volviéndolos ejemplos subordinados a la misma.

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