jueves, enero 10, 2008

PAYRÓ: ESCRITURA Y PROGRESO

PAYRÓ: ESCRITURA Y PROGRESO
Por Fabián Wirscke

“Julián.-¿Que en casa no hay? ¡Harto lo sé! Pero no te atribules: aquí está la varita de la virtud. (por las cartillas que tiene sobre el escritorio.) Estos papelitos nos darán todo lo necesario... y más”.
Roberto J. Payró, El triunfo de los otros (1907)

Consideraciones previas:
Por diversos motivos este autor tiene mucho para decirnos en relación a su itinerario. Escritor educado bajo el círculo de la generación del 80 pero con proyecciones diferentes a las de sus padres políticos. Estos, hijos de proscriptos y de estirpe linajuda, se sintieron llamados a realizar un mandato en nombre de intereses bien definidos.
El advenimiento del periodismo, en tanto máquina cultural productora de significaciones simbólicas, alcanza un apogeo inusitado hacia fines del siglo XIX y principios del XX. El mismo Payró, en su estadía en Bahía Blanca, funda uno de los periódicos opositores al régimen, La tribuna (1888). Este diario se convertirá en órgano de la Unión Cívica hasta su quiebra conjuntamente con el fracaso del levantamiento armado.
Más tarde trabajará como periodista para La Nación, órgano para el cual escribirá las crónicas de sus viajes a la Patagonia y al norte del país.
Debido a una serie de notas que publicara en el diario de Mitre, por quien profesara una admiración constante, surge la idea de crear una Asociación de escritores. Un lugar en el que se pueda recibir a escritores extranjeros y que funcione como defensor de los intereses de periodistas empleados por la industria cultural que se pone en marcha.
Esto lo lleva a erigirse en la figura del primer escritor profesional de nuestra literatura.
Pero también fue fundador del Partido Socialista, del instituto Geográfico Argentino y creador de la Biblioteca Obrera junto con Lugones

La moral de la forma: Puede decirse que la escritura de Payró se nos presenta como una producción vertiginosa, un progresivo descubrimiento y aplicación de técnicas narrativas cuyas bases fundamentales encarnan en el realismo. ¿Con matices?, por su puesto. Un escritor que nace como tal en lo que llamamos la generación del 80, y que avanza a paso firme hacia el siglo XX, va tallando una figura de sí a medida que se crean necesidades en el campo de las exploraciones territoriales de un país. Vivir afuera, en el “pago chico”, en el norte, en la Patagonia. Recolectar datos bajo la lupa del paradigma positivista o bien pintar cuadros costumbristas con “determinados” tipos sociales, son algunas de las vetas que se desprenden de un Payró en proceso de producción continua.
El avasallante pulso que promueve el periodismo, ese artefacto de publicitación simbólica y política, permite pronunciarse en contra del régimen, pero, más tarde, impone sus condiciones.
Porque si prolongamos la metáfora del progreso, tanto sea en lo económico como en lo cultural, en un recorte de su obra se pueden apreciar marcas y actitudes conducentes a presentarnos en sociedad una nueva clase y su productor.
Efectivamente, Payró se va definiendo no sólo como una figura sino como una conciencia en cuya estructura no faltan las esencias ideales.
Sin embargo, en El triunfo de los otros (1907), una de sus obras de teatro, quiere meterle drama a una coyuntura histórica en la que se cruzan la figura del escritor profesional, jornalero de la pluma a sueldo en tanto resultante de un nuevo dispositivo de producción, y ciertos ideales emancipatorios. Cabría preguntarse, ¿quiénes son los otros antes y después del centenario?

Bajo la lupa: Puede leerse a Payró como un sociólogo de la barbarie: desde la distancia culturalmente liberal que impone su mirada, se recrea uno de los dramas argentinos cuyo embrión, como metáfora fundacional, es de origen sarmientino: civilización y barbarie. Bien. la tragedia y la farsa. La sangre y la caricatura. Núcleos condensatorios desplazados por marcos preceptuales definidos con una intención satírica.
Este programa cada vez más aceitado, argumentará tácitamente una finalidad que, por desgaste, dejará entrever las contradicciones de un socialista del 900.

Crítica y técnica: Pago chico (1908) es quizás su obra más conocida. En ella pueden rastrearse personajes “tipos” configurados bajo la luz de una psicología precaria pero no sin ademanes positivistas. “Las memorias de Silvestre”, uno de los cuentos o parte de la novela según cómo se lo encare, bien pueden funcionar como parodia a las memorias de cuño autobiográfico de los “ilustres” personajes de la generación del 80. Se supone que es lo que se promueve en la obra, ver en el “pago” la parte por el todo, si es que se acepta la tesis de entender su obra como crítica a la oligarquía (El fuego de la especie, Noé Jitrik, 1970).
No obstante, todo suena a reproche simplón, simpático. Juzgo, critico, pero hasta ahí no más. Y este procedimiento cristaliza en la sátira simpática, “un género peculiarísimo, de difícil e imposible filiación” (Contorno, Guillermo Steffen, 1955)

El humor y la hibridez de los personajes: el humor payrosiano intenta atemperar lo que les falta a sus personajes para llegar a ser lo que está más allá de su hibridez y que ésta les impide. La dimensión universal imprime un imperativo categórico cuyo juicio se traspasa al deseo del lector.
La marca del lenguaje culto, esa herencia cultural que recoge y de la que hace uso Payró, es la de una escritura que por momentos, y mediante el humor, se dice a sí misma: no hay nadie que me sirva de interlocutor.
Como señalara Jitrik en el ensayo antes citado Payró, al igual que Lugones, no puede desprenderse de las esencias. Sus personajes están construidos en relación a un cuadro general, en el que se quiere hacer notar la ausencia de un tercer elemento que complete, en el marco de ese horizonte, la contracara que moralmente debe instituirse como tal.
Pero esa figura es un impulso que se está gestando, un guiño político hacia el otro. Es claro: una moral positiva es la finalidad perseguida por el esquema narrativo que cubre el plano geográfico con un discurso que quiere inscribir las pautas que permitan al lector emitir un juicio. Y como todo desplazamiento o accionar se realiza con una justificación ética, de este modo se funda el caldo de cultivo de una moral burguesa del progreso, cuya positividad encarna en el armazón para una incipiente clase media.

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