martes, enero 22, 2008

CULOS ARGENTINOS

[Transformaciones]
Por Daniel Link


¿Qué hay de nuevo en la sociedad argentina?
No recuerdo haber visto en la televisión, antes del último viernes, imágenes de muchachos argentinos mostrándole el culo a la policía. Como, además, lo ignoro todo sobre la cultura futbolística, no sé si es un comportamiento habitual en las canchas de fútbol como manifestación de desafío (creo recordar, por el contrario, que algún jugador ha mostrado el culo como señal de triunfo por haber cometido un gol, con el sentido aproximado de “bésenme el culo, que me lo merezco”).
Eso sí, conocía el gesto por las películas norteamericanas y Los Simpson, donde es habitual que la muchachada muestre el culo a través de la ventanilla del auto cuando quiere molestar a algún conductor adverso. Invariablemente eso es interpretado como la mayor ofensa posible: así nacen las persecuciones más ominosas y fatales. Pero siempre me costó encontrar el significado exacto de ese gesto (tal vez de origen celta, qué se yo: está hasta en Braveheart). Ninguna kinética (o teoría de los gestos y comportamientos corporales) había podido ayudarme, hasta ahora. Porque me bastó ver a esos muchachos argentinos mostrándole el culo a la policía en frente del congreso para entenderlo todo.
Es mucho más interesante analizar la “mostradita” (como emergencia, tal vez, de esa nueva Argentina que no cesa de insinuarse en las manifestaciones callejeras y asambleas barriales de hoy) que, por ejemplo, el agarrarse el paquete como señal de desafío. En la agarrada, de significado más claro y más universal, sólo se esta diciendo “Vení, tomá” (en todas las culturas). La mostrada de culo, para mí, seguía siendo más ambigua, más inasible, más lábil. Hasta ahora.
El gesto quiere decir “Vení, rompeme el culo si sos macho”. Si el otro no acepta el desafío, reconoce ser menos macho que el provocador. Si lo acepta, el desafiante se encargará de demostrarle que no está dispuesto a entregarlo sin combate. Supongo que en el marco de un psicoanálisis más bien clásico o más bien silvestre, el gesto podría interpretarse en el contexto de una teoría general de la histeria: “Mirá lo que te doy, si (y sólo si) sos tan macho como para merecerlo” (es, por otro lado, lo mismo que dice La novia fugitiva, esa deliciosa película norteamericana cuyo guión es un dechado de agudezas). En el contexto de los estudios culturales, toda la teoría sobre la estigmatización de los comportamientos sexuales podría arrojar luz sobre el asunto (la “hombría” como valor, la hombría asociada con el rol activo, la “honra” asociada a la invulnerabilidad del culo, la homofobia). La historia de las mentalidades aportaría lo suyo (la condena eclesiástica sobre todo comportamiento sexual no reproductivo –sobre todo en la Edad Media, cuando la gente moría a lo bicho por la peste y había que garantizar la supervivencia de la especie, por ejemplo). En fin, muchas cosas podrían decirse sobre las razones que hicieron de “mostrar el culo” un unidad de significación en el sistema general de la gestualidad del desafío. Pero, hasta ahora, la significación de ese signo en el sistema del que forma parte, insisto, me resultaba oscura.
Es no sólo lícito sino ventajoso (porque hace a la mejor comprensión de las tensiones de la sociedad) analizar, dentro de una kinética corporal general, el gesto de mostrar el culo para encontrar su sentido, su valor diferencial y, aún, dialectal. Comparar la mostrada del muchacho argentino con su similar norteamericano (o, británico). Las diferencias son notables: el norteamericano, al mostrar su culo, parece decir solamente “kiss my ass”. El muchacho argentino, por su parte, menea mejor el culo, lo ofrece más y mejor, disfruta de exhibir sus glúteos. Si pudiera (a diferencia de Jim Carey) hacer hablar a su culo con gracia, lo haría sin dudarlo. Esa es la diferencia entre la mostrada argentina y la mostrada anglosajona. Mientras la anglosajona sólo propone un beso peor que el de Judas, la argentina está cargada de lubricidad y orgullo (cosa que se notaba en la indecisión de los muchachos del otro día, que dudaban si ofrecer el espectáculo desafiante de sus nalgas juveniles a la policía o a las cámaras de televisión): el desafío se mezcla con la ofrenda.
Los argentinos, después de todo, siempre hemos sido conscientes de tener la mejor carne del mundo (sea esto cierto o un mito más). No hace falta recordar cómo gustaban de mostrar sus culos los protagonistas de los reality shows vernáculos. Creo recordar que fue, incluso, uno de los rubros que premió Marley en una de sus lamentables intervenciones televisivas.
Los italianos, siendo que tienen culos tanto o más mostrables que los argentinos, hacen gala de un cierto pudor meridional en relación con ese tipo de jactancia. Por su parte los brasileños, lo sabemos, gustan mucho de mostrar el culo, pero el contexto en el que lo hacen en general es otro, que excluye el desafío o lo subordina a la lógica (rebelde, pero menos beligerante) del carnaval.
De modo que, en la economía gestual del desafío, sólo importan dos versiones de la mostradita: la norteamericana y, ahora, la nuestra. El argentino, que siempre fue bastante paquetero, parece que ahora ha descubierto el valor (el sentido) de la mostrada como expresión de desafío, fuertemente atado a un rastro libidinal (producto de la histeria rioplatense, tal vez, o de la influencia indígena, o del tango, vaya uno a saber: por el momento sería demasiado aventurado arriesgar hipótesis al respecto). Es como si el muchacho argentino, a la vez que desafiara, estuviera insinuando la efectiva posibilidad de esa entrega. De hecho, el pueblo argentino se entregó (más de una vez) a la seducción de “El Macho”. El muchacho dice: “Te desafío, pero si me podés, entrego”.
Son tiempos históricos en los que no alcanza con andar mostrando el culo. Convendría saber cómo se salvará, si es que va a salvarse, el culo de los muchachos argentinos. Un señor viejo, en la puerta del Banco Nación, durante la toma del edificio por parte de los voraces demandantes de dólares, dijo (también eso, además de lo anterior, se vio por Crónica TV): “Ni en Afganistán pasa esto”. Tiene razón.

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