jueves, enero 10, 2008

OLIVARI, ENTRE FUEGOS

OLIVARI, ENTRE FUEGOS
Por Ana Ojeda Bär

A partir de febrero de 1924 y con la aparición del primer número de la revista Martín Fierro, en el espacio existente entre las dos concepciones de mundo (y por lo tanto del arte) que predominaron, enfrentándose, en el campo literario porteño del primer cuarto de siglo pasado, y que muchos años después se tiende, con errónea —pero seductora— facilidad, a considerar vacío, existe al menos un escritor, cuya labor resulta particularmente interesante para replantear la posibilidad de matizar la dureza propia de esa dicotomía tan útil como conocida: revolución literaria y conservadurismo político versus revolución política y conservadurismo literario .
Nicolás Olivari, novelista, poeta, cuentista, traductor, periodista, escritor de tangos, guionista de cine, pintor e incluso actor, se destaca de manera especial en el horizonte de los años veinte porque, tras figurar entre los fundadores del grupo boedista, colaboró luego en la revista de Evar Méndez, de manera más o menos regular. Nacido en septiembre de 1900, en 1924 publicó su primer libro de poemas, La amada infiel, y Manuel Gálvez, ensayo sobre su obra, escrito en colaboración con Lorenzo Stanchina. El impacto causado por el poemario, de alguna relevancia, le dio cierto nombre, de manera que, en lo sucesivo (y hasta 1926, año en que apareció su libro más recordado), Olivari se convirtió —para los martinfierristas— en “el poeta de La amada infiel”.
Reseñada por Roberto Mariani, en las páginas de la revista este poemario es considerado, más que un libro, “el esquema de un libro” , y aunque se reconoce en Olivari una “sensibilidad moderna” que Mariani rescata, no por eso se dejan de señalar ciertas “fallas más graves de las que suelen imputarse a despreocupación o apresuramiento”. Por otra parte, dado que, para quien reseña, los versos de Olivari carecen tanto de ritmo como de música, resulta que estos no son, ni serán jamás, poesía. Increíblemente, esto no implica que su autor no sea un poeta en verdad prometedor. Olivari, dueño de un talento innegable, “merece todos los honores de la severidad”, según Mariani, porque al escribir con “lamentable desaliño” habría malogrado su libro sin ninguna razón.
Prometedor a futuro pero de inmaduro presente, los reparos que Mariani opone a La amada infiel no son más que el preludio de lo que sucederá en 1926, cuando Olivari publique La musa de la mala pata, su poemario más conocido. A él, Martín Fierro le dedicó —hecho extraño— dos reseñas y una “Carta a Nicolás Olivari”, firmada por Ricardo Güiraldes.
La primera estuvo a cargo de Lepoldo Marechal , quien, como antes Mariani, escribe un artículo alentador, pero fuertemente crítico. En él considera que: “en el libro de Olivari resaltan dos elementos que prometen mucho: el tono sentimental y el humorismo”, al tiempo que encuentra la obra “desigual e improvisada”. A su autor le aconseja, entonces, “una sana prudencia en el uso de los vocablos”, dado que advierte en los poemas “las más diversas tintas, no siempre adecuadas ni de buen gusto”. La reseña se cierra con un optimista voto a futuro, referido a “todo lo que se puede esperar de Olivari si utiliza con mesura los ricos elementos de que dispone”. Una vez más, el poeta aparece como un artista de gran porvenir, pero malogrado presente.
A diferencia de Marechal, Ricardo Güiraldes saluda a Olivari de manera francamente entusiasta, ya no como prometedor poeta futuro, sino como eximio versificador presente. Festeja el desparpajo formal de La musa de la mala pata, al tiempo que asegura: “Nada veo ni de sometimiento, ni de cobardía, ni de rutina que ha perdido el rumbo de las grandes aspiraciones líricas”. De esta forma, Güiraldes es el único de este grupo que se revela capaz de aprehender la propuesta estética de Olivari (basada en el cruce cultural entre el mundo de la literatura alta y el trabajo con el registro popular de la lengua) en toda su dimensión.
La tercera reseña, escrita por Luis Franco, retoma la línea crítica Mariani-Marechal. En “Un poeta de Buenos Aires” , Franco considera que si bien La musa de la mala pata es un libro que vale la pena elogiar, adolece de “ciertas fallas mayores: su abuso del lugar común sentimental de la saliva del tísico; su afanoso apego a la rima —esa música de guitarrita de caja de fósforo— en él, que acaso no es un virtuoso del consonante”. Una vez más, como Mariani respecto de La amada infiel, Franco justifica su dureza crítica porque “lo creemos uno de nuestros tres o cuatro poetas de mejor materia prima y tenemos derecho a exigirle cosas magníficas”.
En la revista de Evar Méndez, no era común que un libro recibiera más de una reseña. De hecho, como vimos, La amada infiel sólo se criticó una vez. La insistencia con que sus colaboradores se abocaron a la tarea de opinar sobre el segundo poemario de Olivari, entonces, tal vez pueda entenderse a partir de una sugestiva coincidencia (parcial, por supuesto) entre las estéticas de unos y otro, que compartían —por ejemplo— un importante trabajo con la metáfora y el ejercicio de una sensibilidad nueva, según la cual “todo es nuevo bajo el sol si todo se mira con unas pupilas actuales y se expresa con acento contemporáneo” . Como si, confundidos, los martinfierristas no hubieran podido ni decidirse a aceptar esos versos “rabiosos, torcidos, cargados de la angustia que respiro, día a día, en el asfalto de la urbe” ni a rechazarlos de una vez y para siempre.
Las diferencias, relacionadas sobre todo con el ingreso, en la poética olivariana, de una temática social propia del margen (historias de prostitutas y fracasados), no le permitieron, sin embargo, ubicarse del otro lado de la frontera, cerca de “Boedo”, ya que, como vimos, a Mariani le resultaba imposible leer la novedad de la poesía de Olivari en términos que no fueran pura pérdida: carencia de musicalidad, falta de pericia, desaliño general. Y eso a pesar de que cuando Mariani desató la polémica con su artículo “Martín Fierro y yo”, no dudó en reivindicar la figura de Olivari para oponerla a la del grupo de los martinfierristas.
El vendaval se desató en el número siete de la revista, correspondiente al 25 de julio de 1924. En éste apareció, por un lado, un artículo en el que se reivindicaba la figura de Lugones a partir de su “constante renovación de pensar, sentir y saber”. Según Evar Méndez, autor de la nota, Lugones era:

(...) el hombre que arroja la piedra en el charco de la dormida sensibilidad común, y, al removerlo de manera indudable, frecuentemente sucede que le salpica un poco de barro. Algunos quisieran embarrarlo del todo, mientras más sucio de fango, mejor, como castigo por su curiosidad, por su inquietud, porque es un hombre que comete el delito de evolucionar, porque no es un estático sino un dinámico (…)” .

Por el otro, a vuelta de página, apareció “Martín Fierro y yo”, artículo firmado por Mariani, en el que éste, luego de acusar a la revista de Evar Méndez de órgano difusor de un supuesto centro, “ni conservador ni revolucionario, pero más estático que dinámico”, impugna su recuperación de Lugones —a la sazón fascista—, al tiempo que se pregunta:

“¿Por qué los que hacen Martín Fierro —revista literaria—, se han puesto bajo la advocación de tal símbolo, si precisamente tienen todos una cultura europea, un lenguaje literario complicado y sutil, y una elegancia francesa? (…) Más cerca de Martín Fierro están aquellos que en literatura hacen labor llamada generalmente realista y que yo denominaría humana”.

Y termina enarbolando la figura de Olivari, en tanto dueño de “una voz de muchacho porteño, de hoy, de aquí”. De esta forma, éste, “habitante de su ciudad y conciudadano de sus conciudadanos” entroncaría mejor que los vanguardistas con “el auténtico y genuino Martín Fierro”.
Vemos, entonces, cómo se alinea Mariani detrás de Olivari a la hora de enfrentarse con el núcleo de poetas y escritores que orbitaban en torno a la revista de Evar Méndez, incluso siendo incapaz de leer las elecciones poéticas de su abanderado, a quien no le perdona —entre otras cosas— que se burle “de lo que todos los poetas suelen tomar en serio” .
Por supuesto, la respuesta de Martín Fierro no se hizo esperar. Bajo el título “Suplemento explicativo de nuestro ‘Manifiesto’. A propósito de ciertas críticas”, y firmado por “La Redacción”, la revista atacó de manera feroz a Mariani en un intento de enmendar “un error colectivo”, dado que “Habla el señor Mariani en nombre de su grupo” .
Más allá del contenido de este artículo y del de los que siguieron, más allá de la banalidad que pronto se atribuyó —de manera un tanto injusta— a la disputa existente entre ambos bandos, lo interesante resulta constatar de qué manera la literatura de Olivari se ubicó en el margen, tanto de uno como del otro grupo, tal vez porque ese espacio resultaba funcional a su propuesta estética, que combinó elementos de ambos polos.
Cierto o no, al suponer que Mariani hablaba en nombre de un grupo, los martinfierristas no hicieron otra cosa que delimitar de manera tajante el campo literario de la época: frente a nosotros, ellos. Y dado que la historia, se sabe, la escriben los que ganan, nosotros heredamos su visión de lo que no pudo sino ser un continuum de propuestas estéticas, producto de las preocupaciones que conllevó la modernización de Buenos Aires, problematizada por las “nuevas sensibilidades”, y sus estéticas respectivas.
Si no, por otra razón, revisitar este período de nuestra literatura desde un lugar que, más que con los que ya ingresaron al panteón del cánon actual, tenga que ver con los perdedores de la pulseada “Boedo” – “Florida”, con quienes habitualmente se considera autores de “mala literatura”, tal vez nos permita recuperar la obra de poetas que, como Olivari, quedaron atrapados entre dos fuegos.

NOTAS:
“Según un criterio elemental que surge mucho después de haberse extinguido Martín Fierro, quienes militan bajo sus banderas son izquierdistas en estética y conservadores en política, en tanto que sus oponentes se muestran izquierdistas en el plano social y conservadores en estética”, AAVV, Historia de la Literatura Argentina, tomo II, Buenos Aires, CEAL, 1964, pp. 927-928.
Cf.: Roberto Mariani, “La amada infiel por Nicolás Olivari”, año I, núm. 5-6, mayo-junio 1924.
Cf.: Leopoldo Marechal, “Nicolás Olivari”, en Martín Fierro (Buenos Aires), año III, núm. 32, 4 de agosto de 1926.
Ídem, año III, núm. 33, 3 de septiembre de 1926.
Cf.: Luis L. Franco, “Un poeta de Buenos Aires”, en Martín Fierro (Bs. As.), año IV, núm. 37, 20 de enero de 1927.
“Manifiesto de Martín Fierro”, año 1, núm. 4, 15 de mayo de 1924.
Sin autor, “Habla un tránsfuga de la Avenida de Mayo del arrabal”, en Crítica (Bs. As.), 21 de julio de 1925.
Cf.: Evar Méndez, “Ecce Homo”, Martín Fierro (Bs. As.), año 1, núm. 7, 25 de julio de 1924.
Cf.: Roberto Mariani, art. cit.
Cf.: “Suplemento explicativo de nuestro “Manifiesto”. A propósito de ciertas críticas”, Martín Fierro (Bs. As.), año 1, núm. 8-9, agosto-6 de septiembre de 1924.

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